Soñamos con los cuentos de
hadas, con la media naranja impuesta por la industria cultural. Buscamos sin
parar ese amor romántico, pero en la era capitalista nos hemos vuelto
inconformistas, hasta el punto de consumir (y no construir) relaciones.
Tenemos más
oportunidades afectivas que nuestros antepasados y hemos multiplicado por
mil la creencia en la posibilidad de poder encontrar siempre a alguien mejor.
Vivimos en otros tiempos, ya no creemos en el matrimonio de
conveniencia y los cambios sociales nos han vuelto cada vez más inconformistas.
Ha cambiado la mentalidad con la que elegimos de quien nos enamoramos, ahora
somos bastante más racionales. Eso nos lleva a andar
buscando continuamente el amor verdadero, ese ideal romántico que nos
muestran las películas y los libros, adaptándonos durante ese proceso de
búsqueda a las políticas de consumo marcadas por el capitalismo.
Al principio no nos
enamoramos de lo que el otro es, sino de lo que nosotros creemos e
imaginamos que es, pero pronto la realidad nos revela datos y
es ahí cuando hay que decidir si el balance entre lo imaginado y lo
real es positivo, si sale a cuenta estar con esa persona.
Tratamos de encontrar a
nuestra alma gemela bajo la premisa del "busque, compare y, si encuentra
algo mejor, compre", desechando todo aquello que no nos llegue a
convencer, aunque sea sólo por un mínimo detalle. Como consumidores deseamos
una cosa, pero cuando ya la tenemos nos olvidamos, algo parecido pasa ahora con
el amor.
Consumimos relaciones igual
que consumimos productos. Y es que la idea del matrimonio, del "hasta que
la muerte nos separe", deviene inasumible en una sociedad marcada por el
eterno presente y por la costumbre del usar y tirar a la que nos ha arrastrado
el capitalismo. Ahora el amor es líquido, las relaciones son fluidas y es más
difícil crear lazos duraderos, se cambia más de pareja y las personas se
comprometen menos. Las relaciones del siglo XXI están marcadas por la
fugacidad, la superficialidad y por la fragilidad de los vínculos afectivos.
Es fácil creer que el amor
acaba en el momento en el que aparecen nuevos ingredientes en la relación o
surgen cambios novedosos, pero en realidad lo que nos cuesta es asumir que la
pareja se transforma. La pareja es un organismo vivo en continua evolución, es
imposible que el enamoramiento inicial dure eternamente. Ese periodo que
vivimos cuando nos enamoramos, y en el que idealizamos al otro proyectando en
él nuestros deseos y necesidades, acaba tarde o temprano.
A más libertad y mayor
posibilidad de elección, más individualismo. Ahora somos más egocéntricos e
inconformistas de lo que fueron nuestros antepasados. El ego está muy ligado a
la libertad, y ahora al tener más libertad tenemos mucha más incertidumbre. Un
siglo atrás, pocas opciones existían, o te casabas pronto, o te metías a monja,
o te desesperabas mucho hasta asumir tu soltería o optabas por la opción de la
prostitución... Ahora puedes estar soltero sin que nadie te mire mal, ser
prostituta estando casada, tener hijos por aquí y por allá... Hay mil opciones
de vida.
Buscamos desesperadamente sin
saber lo que buscamos y eso, en ocasiones, nos hace infelices. Antes uno sabía
lo que tenía que hacer: casarse, tener hijos... Ahora hay muchas opciones, por
lo que muchas personas andan desorientadas.
Nos aferramos al amor
romántico como si se tratara de una nueva religión, creyendo que encontrar al
amor verdadero es nuestra salvación y que sólo tropezando con nuestra media
naranja podremos dar sentido a nuestras vidas. Pero como casi siempre, la
realidad supera a la ficción.
Besos y Abrazos
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